Enseñar a orar con el propio carisma

25.05.2010 08:48

Una ojeada al mundo actual.
La situación del cristianismo a inicios del siglo XXI no es nada halagüeña. No sin fundamento se comienza a llamar a esta época con el epíteto de tiempos postcristianos. Los valores que dieron origen a una cultura esencialmente cristiana han quedado superados por valores laicos que están generando la así llamada sociedad laica.

Ante este panorama que bien conocemos, el hombre –niño, joven o adulto-, queda a merced de su propia soledad, o de su propia autonomía, según quieren hacer ver los propagadores del laicismo. El hombre moderno, racionalista centrado en sí mismo, el hombre copernicano que inicia con el iluminismo, tiende cada día a cobrar carta de identidad, fundado su vida y su historia en sí mismo. Los valores religiosos, Dios, sin ser negados frontalmente, quedan relegados a la esfera de lo privado, sin poder incidir en la vida pública de las personas y por tanto en toda la sociedad . 1

Mucha son las consecuencias de este querer desterrar a Dios de la vida de los hombres y del hombre mismo. La angustia vital en la que se debate su existencia, tratando de ser paliada o por lo menos narcotizadas a través de varios sucedáneos es la suma de todas las consecuencias. Adultos que viven en una completa adolescencia porque no saben afrontar la vida como un compromiso 2. Es para ellos simplemente el sucederse de un día tras otro .3 Jóvenes que del futuro tienen más miedo que esperanza porque no han aprendido a poner su esperanza en lo que permanece y viven como gitanos como nómadas, sin rumbo ni morada fijas. Niños y adolescentes que carecen de la más elemental educación, porque para ellos todo está permitido, pues no existe un ideal ni en la mente de sus padres ni en la mente de sus maestros y formadores .4

En estos mismos problemas se encuentra escondido el grito desesperado de toda una generación que viviendo en una cierta opulencia o en un cierto bienestar, que se da cuenta que vive atrapada en la trampa de una felicidad material, vana, esclerotizada. La naturaleza no puede traicionarse a sí misma y tarde o temprano se da cuenta de la incoherencia en la que vive. Incoherencia entre lo que es y lo que debería ser. Siendo espíritu y materia, este yo ideal se revela ante el yo actual, lo que genera una serie de crisis que van desde una forma sencilla de malestar hasta una profunda depresión o disgusto por el simple hecho de vivir. La crisis, inevitable, se presenta como una oportunidad para crecer, para ser coherente entre lo que se es y lo que se vive, entre lo que el hombre es por naturaleza y lo que pretende ser por puro vicio o por falta de una formación adecuada. Es el gemido del espíritu, al que hacía referencia San Pablo, y del que debemos estar atentos para ayudar a los hombres a superar la incongruencia que se da en sus vidas.

No es necesario tampoco pensar que solamente a través de la crisis se puede ayudar al hombre de hoy a superar la incongruencia en sus vidas para que vivan lo que son 5. Existe también la inmensa posibilidad del prevenir, que en lenguaje pedagógico llamamos educación. A través de la educación podemos ir formando a hombres y mujeres conscientes de lo que son y con instrumentos adecuados para vivir con responsabilidad y coherencia la gramática elemental de su existencia.

Habiendo hablado de la naturaleza del hombre, cabe hacer una reflexión sobre lo que significa esta naturaleza, de forma que podamos ayudar a prevenir, educar, y a aliviar los sufrimientos de las personas que se alejan de esta naturaleza. Sin ahondar en conceptos antropológicos, es necesario sin embargo partir de una sana antropología, para poder comprender mejor la naturaleza del hombre. Observando dicha naturaleza podemos comprender que el hombre comparte ciertas capacidades del animal, pero al mismo tiempo es diferente. La diferencia principal se establece por el hecho de que el hombre puede pensarse a sí mismo, se trasciende. Y esto porque posee un espíritu. El hombre es por tanto materia y espíritu, pero en una unidad inseparable. Es por tanto un espíritu encarnado. Por tanto su realización, el ser lo que tiene que ser se logrará en la medida en que viva la realidad de ser un espíritu encarnado. Ni ángel ni bestia, sino hombre.

La situación de nuestros tiempos, sin oponerse a la parte espiritual del hombre, la ha relegado a un plano personalista, a un plano meramente opcional. Mientras que las creencias de cada hombre no disturben la convivencia social, el hombre puede creer en lo que quería, dando pie a un profundo individualismo que desemboca por lógica en un relativismo. Por otra parte, y casi en forma paradójica, la misma sociedad que no permite que las creencias personales vengan involucradas en la toma de decisiones culturales o sociales, empuja al hombre a sobrestimar y a vivir casi únicamente de la materia, de sus pasiones y de sus instintos. Nos encontramos por tanto con el contrastante espectáculo de ver por una parte como es exaltada la pornografía, la vida de los sentidos y por otro lado el escándalo de la pedofilia. Se castiga y es causa escándalo lo que es consecuencia de lo que se exalta y se promueve.

El equilibrio consistiría en entender bien lo que es el hombre y en promoverlo en todos los sentidos. En nuestra época, quizás como una reacción a épocas anteriores, todo lo que tenga sabor a obligatoriedad puede entenderse como coacción contra la libertad. Sin embargo, cabría aclarar lo que es la libertad y la necesaria obligatoriedad de ciertas normas, especialmente de las normas que rigen la naturaleza del hombre, con la consecuencia nefasta, que de no observarlas, el hombre puede ir a la deriva en su destino. Basta analizar el mundo de los jóvenes –e incluso el de los adultos-, en donde no se conoce la más elemental gramática del sentido de la vida .6 Se es hombre, como se pudiera ser animal y la vida se reduce a una repetición de actos sin sentido, en dónde el placer, una cierta vaga felicidad fungen de normas para las personas. De aquí la importancia de recobrar el verdadero sentido de la vida humana, sin caer en los extremos de quien lo asimila a un objeto más de la naturaleza, ni de quien lo exalta hasta la tontería de verlo como centro de la creación.

Para que el hombre vuelva a ser hombre, tiene que conocer su destino final. Conocemos los objetos en la medida que percibimos su finalidad última. Lo mismo debe suceder con el hombre. Y su finalidad última nos la recuerda Benedicto XVI cuando nos dice que la verdadera sustancia de la vida es la esperanza: “En esta imagen, que después perdurará en el arte de los sarcófagos durante mucho tiempo, se muestra claramente lo que tanto las personas cultas como las sencillas encontraban en Cristo: Él nos dice quién es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre (…)En estos casos se ha comprobado que la nueva « sustancia » es realmente « sustancia »; de la esperanza de estas personas tocadas por Cristo ha brotado esperanza para otros que vivían en la oscuridad y sin esperanza. En ellos se ha demostrado que esta nueva vida posee realmente « sustancia » y es una « sustancia » que suscita vida para los demás. Para nosotros, que contemplamos estas figuras, su vida y su comportamiento son de hecho una « prueba » de que las realidades futuras, la promesa de Cristo, no es solamente una realidad esperada sino una verdadera presencia: Él es realmente el « filósofo » y el « pastor » que nos indica qué es y dónde está la vida.” 7

De esta forma el hombre es una creatura llamada por Dios a gozar de la vida eterna. Y de esta realidad, hoy olvidada por muchos cristianos, las almas tienen necesidad de que les recuerde, no en forma anecdótica, doctrinal o intelectual, sino enana forma vivencial, de tal forma que esta realidad pueda verdaderamente transformar sus vidas .8 Es necesario que esta realidad, la de la vida eterna, recorra esencial y fundamentalmente la vida de los cristianos, si en verdad quieren llegar a ser lo que en verdad son y no dejarse llevar por cualquier viento ideológico.

Lograr esa transformación del hombre, no es una cosa sencilla. Si hemos dicho que no se logra simplemente con la transmisión de conocimientos, diciendo a las personas cuál es el fin último de sus vidas, sino verdaderamente haciendo que vivan de cara a esa esperanza y dejando transformar todas sus capacidades y su persona en base a esa realidad, será necesario pensar el medio más adecuado para lograr esta transformación. Iniciemos como siempre, partiendo de lo que es el hombre.


El hombre y su infinita sed de ser orante.
El hombre, hemos dicho, esta constituido de alma y cuerpo. Alma y cuerpo que forman una unidad, de forma que ninguno de esos componentes se contraponen, sino que se complementan, Conociendo cada uno de esos componentes y proyectándolos hacia el fin último, la vida eterna, podemos lograr que este destino final ilumine todos los aspectos del hombre, haciendo de él un ser que tienda a la eternidad ya desde esta tierra, es decir, un ser que viva de la esperanza y en la esperanza de los bienes eternos.

Las realidades que conforman al hombre, espíritu y materia, pueden abarcarse en tres niveles, como son el nivel físico, el nivel psíquico y el nivel espiritual. Cada uno de estos niveles se interrelacionan el uno con el otro, ya que el hombre es una unidad indisoluble. Por ello, lo que acaece en el aspecto físico se refleja en el nivel espiritual y en el nivel psíquico. Lo mismo que lo que acaece en estos dos niveles afectan los otros .9

Será necesaria imbuir de esta esperanza, de este sentido último de la vida del hombre, a todas y cada una de estas realidades, pero se deberá comenzar por la realidad espiritual, ya que el objeto de la esperanza es netamente espiritual. La posesión de los bienes eternos, de la sustancia que da vida, no se puede comprender sino a partir de la esfera espiritual.

Este esfera, como hemos analizado en el inciso anterior está muy deteriorada en el hombre de hoy. Ahogado, atrofiado por los bienes materiales que se encuentran en el nivel material, no dejan respiro a su espíritu. Por tanto el espíritu no sabe aspirar a las cosas eternas. Complacido momentáneamente por la materia, queda siempre insatisfecho, con una gran nostalgia por los bienes eternos, que son los bienes para lo cuál ha sido creado el hombre 10. Apoyado en esta brizna que mantiene a todo hombre en la vida, aunque él no lo sepa o ponga su esperanza en realidades materiales, se puede comenzar la formación del hombre, para lograr su transformación, de acuerdo al fin para el que fue creado.

Esta aspiración a la eternidad que late en cada hombre debe de ser animada sobretodo a través de su espíritu. Es por tanto la formación espiritual, es decir, la formación en la vida del espíritu de dónde se debe partir para lograr el objetivo que nos hemos propuesto, esto es, de hacer que el hombre sea lo que es. Será por tanto la vida del espíritu la que haga capaz al hombre de adherirse a las verdades eternas, puesto que siendo éstas verdades espirituales, deben encontrar su símil en el hombre, de tal forma que éste pueda seguirlas, no sólo recordarlas. Si de verdad queremos que el hombre recobre el verdadero sentido de la vida, debemos buscar que no sólo recuerde la sustancia (esperanza) para la cual ha sido creado, sino que recordando esa verdad, toda su vida, física, psíquica y espiritual, así como todas su capacidades queden imbuidas de esta esperanza. Podremos decir entonces que el hombre aprenderá a vivir de la esperanza. Por ello se debe conocer muy bien lo que significa esta vida del espíritu, de forma que pueda ser cultivada, como un lugar adecuado para iniciar la esperanza.

La vida del espíritu no debe entenderse ni como una serie de conocimientos, de normas a seguir, ni tampoco como una vida que da solo la prevalencia a lo psicológico. Son dos tendencias opuestas, pero que vale la pena de clarificar para evitar posibles errores en la concepción de la vida espiritual y por lo tanto, en la forma en cómo debemos impostar el programa de formación de vida espiritual de los laicos, por parte de las religiosas.

La primera tendencia, la de ver la vida del espíritu reducida a una serie de prácticas o de normas, viene heredada de un pasado en el que quizás se deba demasiada importancia a las normas, los horarios, la rigidez en la vivencia de la vida. Podemos decir que se pensaba que cumpliendo con esas reglas, horarios y disposiciones, se producía la vida del espíritu. Sería como un automatismo en donde precisamente la ascesis, la mortificación, la adquisición de las virtudes, aseguraban la vida del espíritu. Leamos lo que al respecto dice un autor espiritual contemporáneo: “Si la vida espiritual se entiende como una actividad intelectual, entonces bastaría adherirse a determinados presupuestos doctrinales, observar ciertos principios, seguir una determinada lógica, cumplir con precisión algunas prácticas y así poder ser considerada una persona espiritual” . 11Lógicamente nos damos cuenta que esta postura no es del todo adecuado, pues la vida del espíritu no consiste en un saber, sino más bien en un ser. Ha sido quizás un poco la visión del pasado, especialmente en algunas congregaciones religiosas que vivían la observancia de la regla, pero no el espíritu de la regla12 .

Del otro lado, como en un péndulo está la postura psicologista. “A una espiritualidad desencarnada, abstracta y conceptualista, se responde con una espiritualidad del “sentir”. Cuenta sólo aquello que se siente. A una dirección espiritual impositiva se reacciona con un counseling psicológico, sólo de escucha, en dónde es mejor no intervenir jamás. En la espiritualidad de tipo gnóstico se sobrevalora o se ignoraba la realidad psicológica. La impostación era fuerte sin tantas esfumaturas: la vida espiritual era el fruto de la voluntad, del ejercicio constante y de la ascesis (…) hoy asistimos al exceso contrario: parecería que, si no se tiene cuenta del subconsciente y de la historia psicológica del individuo, la vida espiritual sea prácticamente imposible.” 13

Frente a este dualismo debemos centrarnos en conocer verdaderamente el concepto de vida espiritual para ayudar al hombre a encontrar el sentido último de su vida. La vida espiritual no es otra cosa que la vida del espíritu, es decir lograr que el hombre viva la misma vida de Dios. No se trata ni de renunciar a sus capacidades humanas, ni tampoco de dar la prevalencia a una de sus dimensiones, la espiritual, en menosprecio de las otras dos, la física y la psíquica. Se trata más bien de lograr que el hombre encuentre a Jesucristo y haga de este encuentro una experiencia de vida, de forma que pueda vivir a través de este encuentro personal. Será este encuentro personal el que se buscará de fomentar, de reavivar todos los días, y para ello se podrán utilizar diversos medios. Existe por tanto una unidad entre la experiencia real del encuentro con Dios y los medios para continuar esa experiencia a lo largo de la vida. Y es precisamente en este encuentro personal con Dios14 en dónde el hombre encuentra el sentido último de su existencia, es decir, la esperanza. Pues es en ese encuentro en dónde se verifica el entendimiento de lo que es la verdadera sustancia –esperanza-, de la vida. “La fe otorga a la vida una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse, de tal manera que precisamente el fundamento habitual, la confianza en la renta material, queda relativizado. Se crea una nueva libertad ante este fundamento de la vida que sólo aparentemente es capaz de sustentarla, aunque con ello no se niega ciertamente su sentido normal. Esta nueva libertad, la conciencia de la nueva « sustancia » que se nos ha dado, se ha puesto de manifiesto no sólo en el martirio, en el cual las personas se han opuesto a la prepotencia de la ideología y de sus órganos políticos, renovando el mundo con su muerte. También se ha manifestado sobre todo en las grandes renuncias, desde los monjes de la antigüedad hasta Francisco de Asís, y a las personas de nuestro tiempo que, en los Institutos y Movimientos religiosos modernos, han dejado todo por amor de Cristo para llevar a los hombres la fe y el amor de Cristo, para ayudar a las personas que sufren en el cuerpo y en el alma. En estos casos se ha comprobado que la nueva « sustancia » es realmente « sustancia »; de la esperanza de estas personas tocadas por Cristo ha brotado esperanza para otros que vivían en la oscuridad y sin esperanza. En ellos se ha demostrado que esta nueva vida posee realmente « sustancia » y es una « sustancia » que suscita vida para los demás.” 15

Podemos enfocar el problema con una terminología que hasta ahora ha causado un poco de confusión, pero que en verdad son dos componentes de la vida del espíritu: mística y ascética. Por vida mística se entiende la unión con Dios. 16La ascética es la ciencia teológica que trata de los esfuerzos del hombre por encontrar la perfección, mientras que la ascesis es el ejercicio en sentido estricto .17 Se establece por tanto una unidad entre ambos, no una contradicción. Si hemos dicho que la vida espiritual es vivir la misma vida de dios, a partir de una experiencia personal con el mismo Dios, debemos lograr en primer lugar que el hombre alcance esta experiencia de Dios. Esto corresponde a la mística. De nada servirán las oraciones, los ejercicios de piedad, las prácticas fervorosas, si el hombre no ha encontrado a Dios o no ha hecho la experiencia personal de Dios. Este punto es esencial para recuperar el verdadero sentido del hombre. Después seguirá lógicamente la continuación de este encuentro, pues, como parte de un enamoramiento, no basta con un primer encuentro, sino que hay que nutrir y acrecentar este encuentro. Aquí entra la parte de la ascesis. 18

El trabajo que debe realizar el hombre para volver a encontrar el sentido de su vida, esto es, encontrar en la esperanza la verdadera sustancia de su vida y poner en esta esperanza toda su persona, es por tanto una labor doble, de mística o encuentro personal con Dios, hacer la experiencia personal del espíritu, y de ascesis, para buscar la acción de Dios en su vida, favorecerla y así recordar y actualizar constantemente la experiencia personal con dios que lo lleve a poner en la esperanza toda la sustancia de su vida.

Esta doble experiencia se lleva a cabo no sólo con un trabajo meramente intelectual o volitivo, sino bajo una base vital. Es decir, que el hombre debe aprender a tender siempre hacia Dios para lograr hacer la experiencia personal del espíritu y actualizarla a lo largo de su vida, de forma que la esperanza sea la fuerza hacia la cual tienda toda su vida. Esta experiencia espiritual no se realiza de una vez para siempre, sino que debe ser constantemente actualizada. Nos encontramos por tanto con la encrucijada del labor espiritual que desde siempre ha acompañado al cristiano, es decir, establecer aquello que corresponde a Dios y aquello que corresponde al hombre, ya que no todo puede reducirse a un aspecto volitivo intelectual, ni tampoco a un sentimiento afectivo o emotivo.

A mi parecer esta encrucijada puede resolverse cuando el cristiano se encuentra en una constante postura interior que lo lleve a buscar en todo momento y en toda circunstancia su fin último, esto es el fin para el cual fue creado. Esta tendencia no es un mero recordatorio, sino que es una postura interna, que nace de la experiencia del espíritu y que se actualiza a cada paso, en cada momento, en cada circunstancia de la vida ordinaria. No será algo forzado, sino algo connatural a la persona, si ha hecho la experiencia del espíritu.

Esta tendencia hacia el infinito, es decir hacia Dios como fin de todas las cosas y como fin de la vida de todo ser humano, es lo que fundamenta la vida espiritual. El hombre buscará de vivir la misma vida de Dios, es decir, la vida del espíritu, en su propia vida. Sus gestos externos, su conducta será guiada por la íntima convicción que es una creatura de Dios, de Dios ha salido y hacia Dios se dirige. No es por tanto ni un sentimiento que se reduce a un estado emotivo pasajero, ni una alienación mental que coarta su libertad. Es tomar conciencia de la labor que Dios realiza en él mismo, mística, y su voluntad que se pone en marcha para responder siempre de acuerdo a esta acción de Dios en Él.

Para percibir la acción de Dios en el alma, es decir, la experiencia del espíritu, es necesario que el hombre se adentre en el conocimiento personal de Dios. Si mencionábamos que el hombre de nuestro tiempo es un hombre que no conoce la elemental gramática del sentido de su vida, no solamente espiritual sino meramente humana, será necesario que alguien le ayude a encontrar este sentido de la vida. Estamos hablando de personas constructoras de sentido, que ayuden al hombre a encontrar el verdadero sentido de la vida. El verdadero sentido de la vida se encuentra en el plano espiritual, para de ahí irradiar los otros niveles de la persona, el nivel físico y el nivel psíquico. Acceder al plano espiritual requiere todo un ejercicio de forma que el alma esté abierta constantemente a la acción de Dios, experiencia espiritual, y quiera responder siempre a esta experiencia. Al nivel espiritual no se accede sino por la vía del espíritu, por lo tanto, las personas constructoras de sentido deberán ser expertas de la vida del espíritu, para que puedan transmitir su propia experiencia espiritual y ayuden a las personas a seguir respondiendo a esta experiencia espiritual.

Podría aparecer aventurado el que algunas personas se atrevieran a despertar en los cristianos esta añoranza por los bienes eternos, sin embargo no hay dificultad alguna cuando la persona que se pone en ayuda a otra para recordarle y ayudarle a construir el sentido de su vida, vive ella misma en un plano espiritual. La postura espiritual es la que encuentra o hace iguales a las personas. No hay diferencia alguna en lo referente a sexo, edad, condición social o incluso condición eclesiástica. Una persona que vive la experiencia del espíritu y se esfuerza por responder a lo largo de su vida a dicha experiencia, por la vivencia que adquiere, puede servir como constructora de sentido para otros hombres, ya que no estará transmitiendo conocimientos o técnicas, sino una verdadera experiencia espiritual basada en el encuentro personal con Dios y en la respuesta a dicha experiencia.

Non encontramos por tanto en un nivel de experiencia orante, en donde la persona se pone en constante diálogo con Dios. No es una experiencia intelectual, ni volitiva, sino una experiencia espiritual que se traduce en una conducta y unos comportamientos que tienden a acrecentar en todo momento esta experiencia. Decimos que es una experiencia orante porque el alma se dirige a Dios, le habla y lo escucha. Es la postura de tantos santos y de tantas almas que han aprendido a tratar con Dios como a una persona y lo han hecho el centro de sus pensamientos y de sus acciones. No se trata por tanto de enseñar sólo a rezar o a orar, sino a tener una postura de oración constante, es decir una inclinación de toda la vida para referirse a Dios como centro de todo el ser. No se trata de recordar de vez en cuando que Dios existe, sino de hacer de toda la existencia un punto de encuentro con Dios.

Esta postura orante será la que ayude al hombre a encontrar el sentido de su vida la sustancia de la que hemos hablado y hacer que viva constantemente la esperanza cristiana y de esta misma esperanza. No en vano Benedicto XVI define la oración como un lugar de la esperanza, un lugar en dónde se ejercita la esperanza19 . La persona consagrada por excelencia, como veremos en el siguiente inciso, es quien puede ayudar a vivir la oración como un lugar de esperanza y así convertirse en un constructor de sentido. Lo importante es que ella misma vida su oración en una postura de constante referencia a Dios en forma tal que pueda mostrar la mejor forma en que el hombre aprende a vivir de Dios y sólo para Dios, sin olvidar las realidades terrenas, sino poniéndolas en una adecuada jerarquía.

La persona orante no es la que huye del mundo fuga mundi porque desprecia las realidades terrenas. La verdad es otra. La persona orante es la que estando en el mundo sin ser del mundo, sabe dar a cada una de las realidades terrenas el lugar que le corresponde, porque ha puesto a Dios, a través de la experiencia del espíritu, como centro de su vida, es decir, como su sustancia, como su esperanza. De ahí, de este centro, se desprenden todas las realidades terrenas, sin que ninguna de ella pretenda acaparar el centro. Es la postura orante que aprende a ver en todas las realidades terrenas a Dios. De esta forma, una flor, un paisaje, así como una circunstancia alegre o triste, le hace ver a Dios, porque tiene a Dios como centro de su existencia. La fuga mundi no procede en las personas que hacen de Dios una experiencia espiritual, porque saben encontrar a Dios en todos los acontecimientos y las cosas terrenales.

Nos encontramos por tanto con la necesidad de contar con personas constructoras de sentido que sean expertas en la experiencia espiritual expertas y expertas en la forma en que se debe responder a la experiencia espiritual. Por tanto estas personas, expertas en mística y ascética. Las personas consagradas, y especialmente las mujeres consagradas, viviendo el propio carisma pueden ser las personas idóneas para esta misión, es decir, para ser constructoras de sentido.


El último llamado de Benedicto XVI a la vida consagrada.
Las dificultades por las que pasa la vida consagrada, especialmente en algunas partes de Occidente, tiene su explicación más profunda en una vivencia lánguida, apagada, sin brío, de la propia consagración. La explicación a este abandono por vivir el fervor en la vida consagrada la debemos encontrar en los fatigosos años del post-concilio, aquellos que van de mediados de los años sesenta hasta nuestros días. Habiéndose hecho del Concilio un pretexto para imponer los propios puntos de vista y a veces una ideología contraria a los valores cristianos y de la misma vida consagrada, muchos elementos esenciales de la consagración fueron dejándose a un lado, dando como resultado una vida mitigada de la vida consagrada. Algo que podríamos comparar a la secularización de esta vida consagrada. Sin embargo, el mismo Papa Benedicto XVI constata que quien ha sabido ser fiel a la vivencia del carisma, posee en sí misma la fórmula para ayudar a otros a vivir la vida del espíritu, posee en sí misma la clave para ser constructora de sentido. “Più volte anch’io, come già i miei venerati Predecessori, ho voluto ribadire che gli uomini d’oggi avvertono un forte richiamo religioso e spirituale, ma sono pronti ad ascoltare e seguire solo chi testimonia con coerenza la propria adesione a Cristo.” 20

Será por tanto importante ver la forma en que las mujeres consagradas pueden ayudar a los hombres a recuperar el sentido espiritual de sus vidas, esto es, el verdadero sentido de su existencia, en la manera en que ellas vivan el propio carisma. “Riscoprire lo spirito delle origini, approfondire la conoscenza del Fondatore o della Fondatrice, ha aiutato ad imprimere agli Istituti un promettente nuovo impulso ascetico, apostolico e missionario. Ci sono opere ed attività secolari che sono state così rivitalizzante da nuova linfa; ci sono nuove iniziative di autentica attuazione del carisma dei Fondatori. E’ su questa strada che occorre continuare a camminare, pregando il Signore perché porti a pieno compimento l’opera da Lui iniziata.” 22

“El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.” 22 Siendo el carisma una experiencia del espíritu, se nos presenta como la acción de Dios en una persona, en esta caso en la persona del Fundador, pero que puede ser vivida por sus propios discípulos. Estas dos características de la definición de carisma, el hecho de que sea una experiencia del espíritu y el hecho de que esta misma experiencia pueda ser compartida en forma personal, vida, por sus discípulos, nos dará luz sobre la explicación que queremos dar, relativa a la posibilidad que la mujer consagrada tiene para ayudar a los hombres a vivir la vida del espíritu.

En primer lugar debemos dejar en claro que el carisma es un ingrediente sine qua non la mujer consagrada no puede realizarse plenamente. Siendo una experiencia del espíritu el carisma está llamado a cubrir todas las áreas de la persona humana, en sus tres niveles, el físico, el psíquico y el espiritual. “La vera autorealizzazione non significa dunque una semplice attuazione delle proprie doti, né una qualsiasi promozione dell’io più o meno coronata del successo sociale. (…) Al contrario, l’autentica realizzazione significa sempre qualcosa di nuovo e inedito, è conquista d’un modo di essere più pieno, rischio d’affidarsi a un progetto ancora sconosciuto, che si scopre un po’ alla volta riconoscendovi progressivamente se stessi e quel che si è chiamati ad essere. Il carisma è appunto tale progetto: scoprirlo è conoscersi, viverlo è realizzarsi in pienezza secondo vie che non sono mai del tutto prevedibili e che vanno sempre oltre ciò che l’individuo potrebbe normalmente aspettarsi da se stesso.” 23 La experiencia que se realiza en el espíritu no queda sólo en este nivel sino que llega a los otros dos niveles, por vía de la unidad del ser humano.

Debemos profundizar la forma en que el carisma se convierte en fuente de la vida del espíritu, de la sustancia, es decir, de la esperanza de la vida del hombre. La experiencia del espíritu, esto es, el carisma, se revela como una experiencia para vivir y entender en forma muy peculiar un aspecto del evangelio, de la vida de Cristo, de un misterio divino o de una verdad eterna.

No existe por tanto una forma unívoca de comprender un carisma desde el punto de vista espiritual .24 Es necesario entenderlo en todo su contexto para captar la forma en que Dios inspira al Fundador una manera específica de vivir la vida del espíritu. Lo que podemos afirmar es que la experiencia espiritual del Fundador dará sentido a todos los aspectos de la vida del Instituto religioso, desde la interpretación y vivencia de los votos, las formas de relacionarse con Dios, el apostolado, hasta los detalles que rigen la vida ordinaria.

Para conocer las características espirituales más peculiares de cada Instituto y ver su incidencia en la vida de los miembros y del mismo Instituto, debemos fijar nuestra atención en el misterio o en los misterios de Dios, en aquel pasaje del evangelio o en aquel misterio de Cristo que más han ayudado al fundador para poner en pie la obra que Dios le pedía. Este misterio, pasaje del evangelio o misterio de la vida de Cristo se convertirá en el icono fundante en torno al cual girará la experiencia del espíritu del Fundador. Hablamos por tanto de la mística, con la connotación de la vida de Dios que opera en el hombre. Porque este misterio de Dios, pasaje del evangelio o aspecto peculiar de la vida de Cristo se convierte en la acción del espíritu que opera en el alma del fundador, no de una forma pasiva por parte del fundador, pues estaríamos hablando de experiencia mística 25 y no de experiencia del espíritu, sino de una forma consciente. Es Dios, quien a través del misterio divino, del pasaje del evangelio o de la vida de Cristo en alguna de sus peculiaridades, suscita en el fundador un movimiento de su alma, y por ende de todo su ser, que le hace poner en pie una obra, pero también una nueva forma de espiritualidad ,26 esto es de vivir la vida de Dios, la vida del espíritu.

Otro aspecto que será de utilidad para conocer las características espirituales más peculiares de cada instituto, será estudiar las virtudes en las que más recalcaba el Fundador, ya que estas virtudes vienen a ser la parte de la ascética en la que la persona consagrada responderá a la acción de Dios. La ascética forma parte de la espiritualidad cuando se conoce verdaderamente la experiencia espiritual que ha dado origen al Instituto religioso.

De esta forma, misterio de Dios (o pasaje del evangelio o aspecto particular de la vida de Cristo) y virtudes más recomendables por el Fundador, se combinan para formar el perno de la espiritualidad del Instituto y así comprender mejor la espiritualidad del Instituto y de la vida de las personas consagradas. Mística y ascética se identifican, respectivamente conexperiencia del espíritu y virtudes más características del Instituto.

Hemos dicho que el misterio de Dios, pasaje evangélico o aspecto particular de la vida de Cristo que Dios ha querido hacer ver al Fundador es la raíz de donde brotará la espiritualidad del Instituto y de cada uno de sus miembros. Para conocer la forma en que este icono permea la vida del Instituto, lo fundamenta y le da forma, puede ser de ayuda el conocer los escritos del Fundador, su misma vida o la historia del Instituto, analizando la forma en que el Fundador se ha apoyado en el misterio de Dios, pasaje evangélico o aspecto particular de la vida de Cristo y en dónde encuentra su inspiración para buscar a Dios y para trabajar apostólicamente.

Cuando se realiza una lectura transversal de los escritos del Fundador con el objeto de conocer cuál es este icono, es necesario observar con detenimiento cuál es la intención recurrente por la que el Fundador ha querido llevar adelante el designio que Dios le ha pedido. No podemos imaginar de otra manera que Dios mismo es el que se lo ha pedido, a través de unas circunstancias históricas específicas 27 , pero no ha sido un Dios en general. Bastará leer los escritos y escudriñar la voz del Fundador del Instituto para conocer cuál es el misterio de Dios, pasaje evangélico o aspecto particular de la vida de Cristo sobre el que se ha servido para llevar adelante la obra que Dios, un Dios muy particular, le pedía. Quien se lo pide, o bajo cuál inspiración fundará el Instituto (las intenciones de las que habla Perfectae caritatis 28 se repetirá a lo largo de sus escritos, pero quizás con mayor intensidad se encontrará esta inspiración al inicio de la obra, en los momentos de crisis, de persecución o de prueba y hacia el final de su vida terrena. Esta inspiración de Dios se desarrollará a lo largo de toda la historia del Instituto en la medida en que cada uno de los miembros haga suya este icono. Es verdad que Dios llama de distintas maneras y en forma misteriosa a las almas. No se trata ni es posible que así suceda, repetir la misma experiencia del Fundador en lo que se refiere a la forma y el modo en que Dios lo llamó. Pero para vivir de acuerdo con la vide del espíritu querida por el Fundador, es necesario que la persona consagrada comience a identificarse con el misterio de Dios, pasaje evangélico o aspecto particular de la vida de Cristo, a través del cual Dios permitió al Fundador hacer la experiencia del espíritu.

Dios sigue llamando a lo largo de la historia a hombres y mujeres a formar parte de una familia religiosa, si bien lo hace respetando la idiosincrasia de cada uno de ellos y a través de formas externas diversas. Lo hace para conjuntar esas personas, sus inteligencias, sus voluntades y sus afectos bajo un solo carisma, de forma tal que la realidad espiritual a través de la cual donó el carisma pueda llamar e interpelar constantemente a todos los miembros del Instituto de todos los tiempos. Cuando esto no se lleva a cabo, es decir, cuando no se conoce o se ha olvidado el misterio de Dios, pasaje evangélico o aspecto particular de la vida de Cristo en la cual se fundó el Instituto, surgen varios escollos.

En primer lugar tenemos aquellos Institutos que sustituyen esta realidad sobrenatural, este icono, por una realidad meramente humana o natural. Son aquellos Institutos que lejos de vivir una vida del espíritu, ya sea como personas o como Instituto, viven una vida meramente natural, puesto que perdiendo la constante referencia a la visión sobrenatural se quedan bien sea en un trabajo exasperado, rutinario, agotador o en un trabajo que cae en el voluntariado, en el filantropismo, en la lucha por los así llamados derechos humanos, cuando no va incluso en contra de esos mismos derechos humanos .29

Otro escollo en el que pueden caer los Institutos al no tener como punto de referencia el misterio de Dios, pasaje evangélico o aspecto particular de la vida de Cristo, esto es, la realidad sobrenatural o icono, es el hecho de que se llegan a dar obras que no responden a la intención del Fundador. Las obras apostólicas son el reflejo de la experiencia espiritual que ha sido el motor fundante del Instituto, experiencia espiritual hecha por el Fundador y compartida por sus discípulos. Esta íntima conexión es la que da vigor a las obras, pues en la medida en que participan de las intenciones del fundador, en esa medida florecerán y tendrán vigor. Pero cuando la realidad sobrenatural se olvida o se opaca, lógicamente se seguirá como consecuencia que las obras apostólicas no responderán a dicha realidad sobrenatural, de forma que el misterio de Dios, pasaje evangélico o aspecto particular de la vida de Cristo no podrán guiar la obra, ni la obra podrá alcanzar las intenciones que se encontraban en dicha realidad sobrenatural.


Cuando se vive bien…
Conocer y vivir el misterio de Dios, pasaje evangélico o aspecto particular de la vida de Cristo a nivel del Instituto y a nivel personal permite a la persona consagrada y al Instituto moverse siempre en el plano espiritual, entendido éste como vida del espíritu. Se busca hacer vida las intenciones del Fundador y no sólo hacer una labor de voluntariado o de asistencia social. Se busca tener a Dios como centro de la vida y como motor de toda la existencia y no dejar sólo para la oración los momentos de relacionarse con el.

Todo este tipo de vida, que podemos llamar netamente espiritual y que abarca las tres esferas de la vida humana ya mencionadas, la esfera física, la esfera psíquica y la esfera espiritual, dan a la mujer consagrada la posibilidad de fundamentar toda su vida en las realidades que trascienden esta vida y que la hacen sustancia de la vida. No se buscan apoyos o pseudo-apoyos a lo que debe ser el vivir siempre de cara a Dios. La mujer consagrada, al buscar hacer en su vida la experiencia del espíritu vive el proyecto de su vida permeado por el carisma.

Este tipo de vida, luchando en todo momento por llevar a cabo la experiencia del espíritu da la posibilidad de vivir en un clima de oración, es decir, de cara siempre a Dios, sin por ello olvidarse de las realidades, terrenas, sino, como hemos dicho de jerarquizarlas de acuerdo a lo que Dios ha pensado para lo que es el fin último del hombre. “Il credente semplice parla e ascolta Dio con tutta la sua anima, vita e cuore, senza pensare allo stesso tempo che sta pregando. Preghiera invidiabile che noi, persone di cultura, difficilmente riusciamo a realizzare.” 30

La mujer consagrada que auténticamente busca realizar en su vida la experiencia del espíritu pone su atención en algunos aspectos importantes que le permitirán ser guía para los seglares en la vida del espíritu. En primer lugar en su relación con Dios, que no será una relación hipotética o basada en devociones particulares. Ella busca ante todo en hacer personal la experiencia del espíritu de su Fundador entendida como una forma de captar y de vivir el misterio de Dios, el pasaje evangélico o el aspecto particular de la vida de Cristo que dio origen al Instituto y que es la intención primaria del mismo. En ello pone su atención espiritual y busca congeniar, compartir y vivir esta realidad sobrenatural, hasta hacerla sustancia de su vida. De esta forma estará en capacidad de poder guiar a los laicos en la búsqueda de aquellas verdades que permanecen y no pasan, es decir, podrá señalar como medio para vivir la esperanza, las realidades eternas que ella ha experimentado en primera persona.

En segundo lugar, la mujer consagrada que se afana y lucha por hacer en su vida la experiencia del espíritu, pasará fácilmente de la oración a la acción, es más, hará de la acción una continuación de la oración y llevará a la oración lo que ha vivido en la acción. Y esto porque su acción no es una acción alocada, sino una acción que tiende a un solo fin, es decir a hacer realidad la experiencia del espíritu que ha dejado en herencia el Fundador. Cada aspecto de su obrar, en el apostolado, en comunidad o en particular, desde el más sencillo, el más complicado, el de mayor o menor envergadura, social, apostólica o espiritual lo vivirá siempre como un medio para que pueda llevarse a cabo la intención del fundador, esto es, la experiencia del espíritu. Así, viviendo de esta forma, la religiosa podrá enseñar a los laicos la posibilidad de jerarquizar las realidades terrenas y las actividades, viéndolas como medios para alcanzar las últimas realidades, cumpliéndose lo que Benedicto XVI ha sugerido como medio para vivir la esperanza: “Toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto. Lo es ante todo en el sentido de que así tratamos de llevar adelante nuestras esperanzas, más grandes o más pequeñas; solucionar éste o aquel otro cometido importante para el porvenir de nuestra vida: colaborar con nuestro esfuerzo para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano, y se abran así también las puertas hacia el futuro. Pero el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos nos cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de aquella esperanza más grande que no puede ser destruida ni siquiera por frustraciones en lo pequeño ni por el fracaso en los acontecimientos de importancia histórica. Si no podemos esperar más de lo que es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza. Es importante sin embargo saber que yo todavía puedo esperar, aunque aparentemente ya no tenga nada más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo. Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar.” 31