El sacerdote como santificador
“Quisiera detenerme brevemente con vosotros sobre la segunda tarea que tiene el sacerdote, la de santificar a los hombres, sobre todo mediante los sacramentos y el culto de la Iglesia. Debemos ante todo preguntarnos: ¿Qué quiere decir la palabra ‘santo’? La respuesta es: ‘santo’ es la cualidad específica del ser de Dios, es decir, absoluta verdad, bondad, amor, belleza, luz pura. Santificar a una persona significa por tanto ponerla en contacto con Dios, con su ser luz, verdad, amor puro. Es obvio que este contacto transforma a la persona.
Ningún hombre por sí mismo, a partir de sus propias fuerzas, puede poner a otro en contacto con Dios. Parte esencial de la gracia del sacerdocio es el don, la tarea de crear este contacto. Esto se realiza en el anuncio de la palabra de Dios, que nos sale al encuentro. Se realiza de una forma particularmente densa en los sacramentos.
Es importante, por tanto, promover una catequesis adecuada para ayudar a los fieles a comprender el valor de los sacramentos, pero es también necesario, a ejemplo del santo cura de Ars, ser disponibles, generosos y atentos en dar a los fieles los tesoros de la gracia que Dios ha puesto en nuestras manos, y de los cuales no somos “dueños”, sino custodios y administradores. Sobre todo en este tiempo nuestro, en el que, por un lado, parece que la fe se está debilitando y, por otro, surgen una profunda necesidad y una difundida búsqueda de la espiritualidad, es necesario que cada sacerdote recuerde que en su misión, el anuncio misionero y el culto y los sacramentos nunca van separados, y promueva una sana pastoral sacramental, para formar al Pueblo de Dios y ayudarle a vivir en plenitud la Liturgia, el culto de la Iglesia, los Sacramentos como dones gratuitos de Dios, actos libres y eficaces de su acción salvadora” (Audiencia General, miércoles 5 de mayo de 2010).